Mujeres Imazighen (Bereberes de Mrirt en 1978)
Las "promesas del sur" siempre fueron promesas; ideas, pensamientos, deseos individuales que a veces se hicieron colectivos, ilusiones de libertad que anidaban en las mentes de los millones de jóvenes y no tantos millones de adultos, que desde la pasada primavera vienen reivindicando en las calles de Túnez, Egipto y con menos fuerza en las de Marruecos: el final de las dictaduras y la transición a la democracia; sin perder su identidad como imazighen, árabes, egipcios y musulmanes.
El reto al que se enfrentan no es menor al que se enfrentaron millones de españoles a finales de los años 70 y, en la práctica, tienen los mismos enemigos: por una parte los usos de las dictaduras con todo su poder económico en manos de unas docenas de familias beneficiadas el régimen de turno. Por otra, una clase media a medio construir; y unos grupos ultra-religiosos que en el caso de España estaban del lado del poder antes de la transición, y en el caso de Túnez y Egipto, reprimidos por los líderes ahora derrocados. Marruecos es un caso diferente, la monarquía no parece abocada a un fracaso inminente.
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Es decir... si, pero no. Quieren segregar las instalaciones dedicadas al turismo extranjero para poder seguir ingresando dinero del turismo y poder explicarlo a una población egipcia a la que fuerzan a una involución sin mucho sentido, y a sus correligionarios y votantes para los que si tiene sentido y a esos van dirigidas sin duda estas otras declaraciones: "en las playas no se va a permitir todo" porque el visitante debe respetar las costumbres y las tradiciones de un país musulmán. Para los salafistas, el principal problema es la administración y la planificación del sector turístico y no la prohibición del alcohol y el bikini en las playas. por eso intentan tranquilizar al mundo occidental (sus clientes): "Los turistas no tienen problemas con nuestras reglas. Esto se dice para que la gente tenga miedo de nosotros y distraiga del problema verdadero en Egipto, que es la corrupción del sector turístico". Pero en realidad tienen varios problemas. El primero es que nadie sabe qué es el partido Al Nur ni quiénes son los salafistas, es como si hubieran salido de debajo de la tierra. Quizá por eso, entre las cuestiones que se mostraron dispuestos a explicar están: cómo piensan aplicar la "sharía", cuál será el futuro de las relaciones entre Egipto y los países europeos e Israel, cómo serán las relaciones económicas con otros estados y cuál será el destino de las inversiones europeas en Egipto. Sólo la moderación exhibida por los Hermanos Musulmanes durante los últimos años, quienes se han hecho con la presidencia del parlamento egipcio, parece "garantizar" la construcción de un país "democrático, libre y moderno".
Así están las cosas. Las elecciones presidenciales tendrán lugar en mayo, y ya en la presentación de las candidaturas se están presentando problemas; Omar Suleiman ex-vicepresidente y antiguo jefe de la inteligencia egipcia, ha conseguido las 30.000 firmas necesarias para optar a la presidencia del país. Los Hermanos Musulmanes y los Salafistas ya han declarado que "supone un insulto a la revolución". Todo apunta a que se trata de un candidato apoyado por la Junta Militar que, teóricamente, debe abandonar el poder el próximo mes de junio, una vez haya sido elegido el nuevo presidente egipcio. Mientras, los gosoductos egipcios siguen siendo atacados con explosivos en Al-Arish, al norte del Sinaí. Por unos u otros motivos, parece que la estabilidad imprescindible para que el sector turístico se ponga de nuevo en marcha; no está ni mucho menos garantizada.
Pero no sólo en Egipto intentan los salafistas imponer sus "políticas". En realidad han penetrado con mayor o menor éxito en todos los países que en los últimos meses han vivido movimientos "revolucionarios" con pocos muertos o miles de muertos. Es el caso de Libia; donde grupos salafistas han intentado destruir monumentos y se dedican a increpar a las mujeres que no van cubiertas. Libia es un país musulmán que siempre ha sido poco permeable a los extremismos. En los tiempos de Muamar Gadafi los salafistas se mantuvieron ocultos, ahora cada día se ven más barbas y se escucha más el "tienes que...", con el comienzan todas sus conversaciones. A veces pasan a mayores. En Navidad, milicianos salafistas cerraron cafeterías en Bengasi. En otra ocasión, irrumpieron en una boda donde había alcohol (ilegal en Libia) y flagelaron a varios de los presentes. Algunos periodistas en el este del país han sufrido amenazas de muerte o presiones para que, por ejemplo, supriman la música en sus emisoras. También están acechando los movimientos del sirio Bashar el Asad. Están presentes en el llamado Ejército Libre Sirio. Desde Rusia se dice que 15.000 "terroristas" extranjeros están en Siria monitoreados por Francia y EEUU: El presidente sirio Bashar al-Assad, está luchando contra Al Qaeda. Quizá por ello, para frenar el avance y la presión de los musulmanes radicales el presidente sirio se resiste a abandonar la represión que lleva ejerciendo durante estos últimos meses.
El Salafismo es un movimiento sunnita que reivindica el retorno a los orígenes del Islam, fundado en el Corán y la Sunna. Actualmente, el término designa un movimiento fundamentalista influenciado por corrientes tradicionalistas y yihadistas. Todas estas corrientes afirman constituir la continuación del Islam primitivo. La voluntad de reencontrar el Islam de los salaf en su pureza no es un fenómeno reciente. Por salaf, los teólogos musulmanes designan a Mahoma y a sus discípulos (en particular los cuatro primeros califas), así como a las dos generaciones que les siguen. La expansión del Islam se atribuye generalmente a la pureza de su fe. "Desde entonces, cada vez que las sociedades musulmanas se encuentren frente a una crisis económica, política o social, ciertos teólogos preconizarán un retorno al islam de los Salaf". En Libia quienes se llevaron la peor parte de esta eclosión salafista fue la pacífica comunidad Sufí, que ha visto cómo sus lugares sagrados fueron profanados con impunidad. En enero, en el antiguo cementerio de Bengasi, los extremistas destruyeron con una excavadora las tumbas de 32 santos y sabios sufíes y robaron los cuerpos. Las agresiones se han reproducido en Kufra y Trípoli. Durante mil años, la tradición del Islam en Libia ha sido suní con el componente espiritual sufí, sobre todo en la enseñanza. Pero Muamar Gadafi destruyó en los años setenta el tejido religioso, cerró escuelas y encarceló a los grandes eruditos. El vacío fue llenado por los salafistas, una corriente rigorista del Islam enraizada en el Wahhabismo saudí. En su mayoría eran jóvenes libios que habían estudiado en EEUU, donde la influencia saudí en las mezquitas fue muy poderosa en los años 80. Sus mensajes simplistas calan rápidamente. Los sufíes han sido víctimas de los talibanes paquistaníes o de los salafistas egipcios tras la caída de Hosni Mubarak. Ahora parece llegarle el turno a los libios. "En el salafismo hay gente sensata, pero han surgido grupos virulentos que van creciendo y tienen, además, armas". Con sus principios de "generosidad, compasión y amor al prójimo", los sufíes no han llegado muy lejos frente a los violentos. Algunos de los nuevos funcionarios son de tendencia salafista y los imanes de esa línea están copando cada vez más mezquitas.
Así las cosas, el único enclave en el que los salafistas están recibiendo un NO contundente, es Túnez, que junto con Marruecos, constituyen las "promesas del sur". La identidad de Túnez, sacudida por el ruido de los salafistas, preocupa a sus ciudadanos ¿Dónde estaban hasta ahora? "Estaban ahí, pero en silencio", responde el Presidente del Parlamento, Mustapha Ben Jaafar, en un encuentro informal con la prensa. El dirigente de Ettakatol, partido socialista que coaliga con los islamistas de Ennahda (Partido del Renacimiento), "cree que la libertad del momento les ha hecho más visibles y mejor que sea así, no podemos tenerles miedo". La capital, moderna y de tradición laica, es una isla algo desenganchada del sur rural y pobre. A 75 kilómetros de la ciudad de Túnez, en las montañas, los salafistas, a falta del poder de las instituciones, han tomado el control de Sejnane. "Es un test para poner en marcha un régimen no democrático, un califato", según denuncia Gharbi Raoudha, de la Liga Tunecina de Derechos Humanos (LTDH). Según recoge el diario Al Maghreb, un grupo de unos 250 islamistas radicales ha "talibanizado" la ciudad, de unos 45.000 habitantes. El LTDH, a través de los informes de sus activistas, ha constatado que los salafistas se han apoderado de un centro social cercano a la principal mezquita y desde ahí reparten doctrina. Las denuncias de agresiones por beber alcohol y poner música no se han hecho esperar. De nuevo: ¿Dónde estaban antes? "Muchos en la cárcel; otros eran criminales comunes que se convirtieron al salafismo en prisión", contesta el presidente de la Liga, Abdessattar Ben Moussa.
El órdago político salafista, no obstante, ha caído en saco roto con la negativa a que la sharía gobierne la Carta Magna. "El islam tiene ya un sitio privilegiado en la vieja Constitución", por eso, el futuro político de los radicales no es muy halagüeño. El partido que defiende, en cierta medida, los intereses de los salafistas, el Hizb Ettahrir, no reconocido por el momento, volverá a intentarlo, pero su solicitud será rechazada. ¿Quién simpatiza con los radicales entonces? "Los salafistas no son Túnez", aclara Azza Mechmeches, de la organización Mediterranavenir. "Es una minoría que quiere hacer de la religión algo público. Algo que no está en la lista de prioridades de los jóvenes, los protagonistas de la revuelta del 14 de enero. Estos jóvenes, explica esta treinteañera tunecina, piden dignidad, respeto y trabajo. Túnez es el que salió a la calle el día de la independencia; nuestro problema no es la identidad. El enemigo es la ignorancia y pobreza que alimenta los extremismos".
Los islamistas de Ennahda, partido que ocupa la Jefatura de Gobierno, han sido los últimos en dar la espalda a los radicales. Porque, entre ellos también hay un porcentaje que quiere la sharía. Pero han tenido que ceder. No solo ante la élite del partido que cree en un Gobierno a la turca, sino, sobre todo, ante los miles de tunecinos que, como sucediera el 20 de marzo durante la fiesta de la independencia, han protestado en la calle contra la islamización del Estado. La celebración de los 56 años de autogobierno también sirvió a los salafistas, armados con sus banderas negras: "No somos terroristas", trató de defender uno de los jóvenes mostrando una lámina con un versículo del Corán. "Solo queremos que gobierne la palabra del profeta", aclaró en un esforzado tono didáctico. Pero las explicaciones se difuminan cuando son mayoría los eslóganes antisemitas proferidos en una de las últimas manifestaciones salafistas que han llevado a las fuerzas políticas, Ennahda entre ellas, a condenar los ataques contra la minoría judía. Wafi Sabrine cubre su pelo con un pañuelo enroscado al cuello. Solo ella y otra tunecina ocultan su cabello en una sala con una veintena de jóvenes. La tela, de color negro, se desliza bajo un vestido ceñido a la cintura. Sabrine tiene 25 años y es de Tataouine, en el sur de Túnez. "Allí es tradición cubrirse la cabeza, soy musulmana, pero no muy practicante", pero no cree que el salafismo le represente: "¡Eso es nuevo en Túnez!. No respetan que la gente no practique la religión; quieren que la mujer lleve el niqab (prenda que solo descubre los ojos) y vista de negro; si no dialogan habrá conflicto". Sabrine y su pañuelo, forman parte de una minoría respetada en un país arabemusulmán que aprecia el laicismo. Pero también alimenta una mayoría, la que ha dicho no a los salafistas, los islamistas más radicales, tanto en las calles de Túnez como en la Asamblea elegida en las elecciones del 23 de octubre, las primeras de la primavera árabe.
Como se puede ver, sólo Túnez representa las "Promesas del sur", aunque Marruecos camina también por sendas de transición impensables hace pocos años. Muchas cosas han cambiado en el sur, en Túnez y Marruecos vuelven su mirada hacia Europa siguiendo el ejemplo de Turquía y en Egipto los vientos soplan más hacia Arabia Saudí y/o Irán; hacia la involución política y religiosa. El reino de Marruecos empieza a sentir los efectos de la crisis europea. Es un problema añadido. Si esto se confirma difícilmente podrán seguir desarrollando sus políticas sociales y es muy probable que la efervescencia social, ya de por sí endémica, se incremente. En este caso, el declive económico no tiene nada que ver con la gestión que efectúan los islamistas, ninguno de sus correligionarios desempeña una cartera económica. El titular de Finanzas, Nizar Baraka, del partido nacionalista Istiqlal, ya ha reconocido que sus previsiones eran demasiado optimistas.
La mala racha económica empezó en 2011 por tres razones: la prolongada sequía; la exportación de la crisis por sus socios de Europa del sur y la primavera árabe de Túnez y Egipto, que, por efecto contagio, acabó repercutiendo levemente sobre el turismo en Marruecos, la segunda industria por número de empleados. A veces los ministros islamistas no miden las consecuencias de sus palabras sobre la actividad económica. El titular de Justicia, Mustafá Ramid, se lamentó, por ejemplo, de que "gentes del mundo entero pasan mucho tiempo cometiendo pecados y alejándose de Dios". Desató una gran polémica. El Ministerio de Turismo le enmendó la plana rápidamente.
Fuentes utilizadas en el post:
Túnez resiste la embestida salafista (diario El País)
La crisis europea alcanza a Marruecos (diario El País)
http://www.webislam.com
http://internacional.elpais.com
https://es.wikipedia.org
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PC: No olvidéis que tenemos un asunto pendiente... se llama CISPA. Hemos de seguir vigilando nuestra espalda. Las conspiraciones contra la Libertad de Espresión en Internet y contra la propia independencia de la Red no van a desaparecer. Tenemos que seguir buscando alternativas. Usemos el P2P, usemos servidores de DNS libres e independientes. Usemos el cerebro...
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